Ni el más fuerte ni el más inteligente, el que mejor se adapta

Si la velocidad del cambio externo es mayor a la velocidad del cambio interno, el organismo no sobrevivirá. ¿Qué implica para las organizaciones estar a la altura de las circunstancias?

El mundo ya venía con niveles de cambio acelerado a partir del crecimiento exponencial de la tecnología. Y llegó la pandemia, no para frenarlo sino por el contrario, para acelerar todavía más muchos de los cambios que se veían venir.

Compromiso y cultura organizacional, desarrollo de competencias clave, trabajo remoto, escasez de talento, nuevo liderazgo empático y cerca de la gente, equipos colaborativos y ágiles son sólo algunos de los temas en los que los coaches ejecutivos venimos trabajando durante los últimos 20 años.

Gestión del cambio es uno de esos temas y es, quizás, el más complejo de todos porque implica una cantidad enorme de saberes y prácticas que se reúnen en un mismo tiempo y lugar en medio de la incertidumbre.

Tendemos a ver el cambio como el pasaje de un momento A a un momento B y para encarar esa transición muchas veces recurrimos a un diagnóstico, un diseño de un plan y finalmente la implementación de ese plan. Venimos de 200 años de un paradigma industrial y escolar que nos configuró una mirada lineal y causal equivocada de la realidad. La foto no alcanza, hay que ver y entender la película.

La realidad es mucho más compleja e impredecible que una línea de montaje o una cadena de distribución.

Una forma simple de entender la gestión del cambio es la que diseñó Ronald Heifetz, el músico, médico y profesor en Harvard que decidió dedicarse a formar líderes. Él propuso una distinción muy clara y poderosa entre problemas técnicos y desafíos adaptativos.

Frente a un problema técnico, la respuesta, más allá del grado de dificultad que implique, es conocida y por ende, la ejecución de esa solución requiere de un expertise técnico. El ejemplo clásico es un corazón que falla y que requiere de una operación. Es un problema técnico (se tapó una válvula) y la solución es por ende también técnica (poner un stent) implementada por un experto (un cirujano y su equipo).

Un desafío adaptativo en cambio, se diferencia fundamentalmente en que la respuesta a ese problema implica necesariamente la modificación de hábitos, creencias o prioridades, es decir, implica aprendizaje. En el mismo ejemplo de un paciente cardíaco, el desafío adaptativo sería lograr que esa persona mejore sus hábitos de alimentación o ejercicio para evitar volver a tener un problema técnico que requiera de una operación o, mejor dicho, evitar la muerte.

Toda gestión del cambio requiere de un esfuerzo y se encara siempre para evitar la muerte o para vivir mejor. En las empresas y organizaciones sucede exactamente igual. Hay casos donde llaman cuando están en terapia intensiva y casos que prefieren invertir en un personal trainer que los ayude a mantenerse en forma.

El problema es que estamos demasiado mal acostumbrados a pensar el aprendizaje como exposición a ciertos contenidos. El verdadero aprendizaje es siempre por motivación. Todo cambio se define por los incentivos y las resistencias, conscientes e inconscientes que cada ser humano tiene.

Tanto las personas como las organizaciones buscan naturalmente crecer, ser mejores, prosperar. Y prosperar es, en definitiva, una adaptación exitosa al medio.

Como dice el biólogo chileno Humberto Maturana, si el bicho no se adapta al nicho, se enferma y muere.

Gestionar el cambio desde un paradigma mecanicista no es suficiente ni eficiente. Empezar a ver el cambio y a las organizaciones como organismos que aprenden es clave si pretendemos prosperar como sociedad e incluso aprovechar este jaque mate para patear el tablero y barajar y dar de nuevo.

Vivimos en un mundo redondo e interconectado. Ser conscientes del impacto económico, social y ambiental que las organizaciones tienen no es como antes un lujo sino una necesidad real y urgente. Es hora de aprender, no desde un modelo escolar técnico con respuestas predefinidas, sino desde un modelo experimental de exploración que nos permita dialogar para diseñar soluciones integrales.

El problema no es el bicho, es el bocho. La buena noticia es que la realidad no sólo es compleja sino que es dinámica y como tal, puede cambiar. En eso estamos.

 

Anterior
Siguiente